Marco Segundo Máximo estaba jugando en el patio de su casa de verano. Era el menor de los seis hijos que hasta el momento tenía Décimo Aurelio, comandante de las legiones romanas en la Hyspania.

Marco estaba aburrido. Su pequeño muñeco de piel de cabra ya no lo entretenía y sus hermanos mayores no le prestaban atención. Hypatia, la mayor, incluso andaba tonteando con uno de su pretendientes por los jardines y los laberintos de la residencia y Silas estaba en la explanada del frente entrenándose con la espada y la red.
El pequeño romano a veces se quedaba durante horas absorto mirando el vacío, pensando en el destino que los Dioses tenían reservados para él. Alzó la vista al cielo. Sol Invictvs, el dios de los carros de fuego, hacía brillar todas las cosas. Le llamó la atención que de pronto cientos de aves remontaron vuelo todas juntas ensombreciendo el diáfano azul celeste por un momento. Algunos animales salían del bosque y se arrojaban a las aguas del Egeo.
Marco jugó unas horas más desganado con su muñeco, en la playa de guijarros redondeados, hasta que la esclava de su madre lo llamó para su baño diario. Al levantarse, volvió a caer. sintió un estremecimiento bajo sus pequeños pies enfundados en sandalias y quedó de rodillas. Al alzar la vista lo que vio lo lleno de un miedo inconmensurable....
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Pompeya, 1748:
El pequeño grupo de expedicionarios ingleses se deslizaba sin hacer ruido por la playa de grava. Hacía algunas semanas estaban explorando un lado oculto de la isla, lejos de los equipos que habían descubierto la ciudadela. Estaban descubriendo frenéticamente cientos de objetos sepultados por la erupción del Vesubio en ese lugar de la playa. De pronto se oyó el grito de uno de los investigadores principales, del otro lado de los matorrales. Lord Chestershire se dirigió hacia allí.
- Milord, mire: parece como un....es extraño...juraría que es.... un muñeco infantil.....
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